REVIEW: "WAKAMUSHA" - RYUTARO NINOMIYA
El pasado 25 de mayo se estrenó en cines de toda Japón "Wakamusha".
Esta película de Ryutaro Ninomiya también se ha estrenado en varios cines de
Estados Unidos y Reino Unido gracias a COGITO WORKS y Hikari No Hana tuvo el
placer de asistir a su estreno.
"Wakamusha" es la nueva película de Ryutaro Ninomiya, cuya carrera comenzó en 2012 con la cinta
"The Charm of Others" —premiada en PIA— y, desde entonces, se ha construido una filmografía con títulos del
calibre de "Minori, On The Brink" (2019) —presentada en Nippon Connection— o "Dreaming In Between". Por su parte, también ha trabajado como actor en papeles del nivel
de "Mountain Woman" (Takeshi Fukunaga, 2023).
La cinta es el primer proyecto fílmico de New Counter Films, sello cinematográfico creado por Tokushi Suzuki y Tomohiko Seki. Por su parte, simultáneamente a su estreno en cines, también se ha emitido en la plataforma
de streaming U-NEXT.
El argumento gira en torno a Wataru (Ryota Bando), un apático
trabajador de una fabrica, y sus amigos de la infancia, el alocado Eiji (Rion Takahashi) y el aparentemente apacible Mitsunori (Naoya Shimizu).
Un día, tras visitar la tumba de su amigo fallecido, deciden iniciar su
particular revolución social contra la discriminación, que al final degenerará
en actos de violencia.
La revolución suele estar vinculada a una serie de procesos naturales
adscritos a la ruptura total del orden establecido. Su complejidad es tal, que
para acercarse a su comprensión habrá que empezar por su pasado; en especial,
la de su director. Ese es el caso de Ryutaro Ninomiya, quien a
pesar de ser reconocido como intérprete en films del calibre de
"Una familia"
(Michihito Fujii, 2021), ha sabido encontrar el equilibrio para preservar la esencia de
su cine.
Ese contestatario pulso impregna la propia producción de la misma gracias al
nacimiento de New Counter Films, sello cinematográfico que intenta quebrar la infranqueable barrera
entre el cine comercial e independiente. Su valentía radica en la
convergencia de las vastas posibilidades de difusión del mainstream con la
innovación orgánica del indie para poder superar sus limitaciones
recíprocas.
Uno de los puntos clave de su iniciativa radica en la búsqueda de una nueva forma de financiación como método de supervivencia al
yugo impuesto por la carcomida industria cinematográfica japonesa. En muchas
ocasiones, los autores se ven obligados a recurrir a la co-producción
internacional o al crowdfunding para sacar adelante sus proyectos. No
obstante, su correlación simultánea con el streaming y su distribución
extranjera es el nuevo camino para los nuevos creadores.
"Wakamusha", a partir de su influjo lingüístico, reformula desde sus tres vertientes antitéticas los cánones de la tradición nipona hacia la realidad de la juventud.
La apertura en su primer plano con la mirada quebrada de
Wataru es el prístino reflejo desde su semiótica de la desesperación intrínseca
y la autodestrucción marcada por la influencia de su propio entorno
familiar. La depresión y las tendencias suicidas no siempre están
originadas en la injusticia social, sino que su regresión a las vivencias
de la infancia por la desafección parental subvierte la cotidianidad
existencial del nihilismo.
Como si fuera una personificación de las revueltas estudiantiles de los años
60 en la escandalosa verborrea del insufrible Eiji, su beligerancia la
encuentra en la violencia, pero sólo sirve de excusa para su supervivencia
en un ambiente tan hostil. En definitiva, todo ese impostado
discurso es un rasgo más de la fragilidad lacerante de una masculinidad
resquebrajada por la toxicidad de los prejuicios y el odio en sí mismo.
El tercer vértice lo completa el gentil y psicopático Mitsunori, quien
desde la más horripilante indiferencia retuerce por pura conveniencia los
consensos progresistas sobre el abuso sexual, el machismo propio del
patriarcado y la homofobia —incluido su cuestionable rechazo a la identidad queer—. Su inhibición aséptica es un síntoma más de su particular significado de
la amistad, donde la imposición pervierte cualquier atisbo de afecto.
La prodigiosa fotografía de Hiroshi Iwanaga crea el marco perfecto en el lucimiento interpretativo de Ryota Bando, Rion Takahashi y Naoya Shimizu.
Hiroshi Iwanaga absorbe sus reminiscencias precedentes en
"Amiko"
(Yusuke Mori, 2022) y en su colaboración con
Rikiya Imaizumi —concretamente con
"Over The Town"
(2021) y
"Just Only Love"
(2019)— para capturar a través de su excepcional fotografía sus verdaderas
capacidades pictóricas mediante su simbiosis con el hieratismo de sus planos,
la profundidad del campo y la disposición de la acción respecto a la relación
del formato en 4/3 con los actores y el escenario.
Aunque la ausencia musical es más que palpable en gran parte del metraje para
no perjudicar a la veracidad del relato, el sinestético tema principal de
Imai
reconfigura mediante la electrónica el contrapunto necesario para el relato.
No obstante, toda su exposición sería papel mojado, sino fuera por la descomunal
interpretación del trinomio protagonista. Ryota Bando se desprende en
su forma más superlativa de su faceta habitual de estrella en doramas y
producciones comerciales hacia la fragilidad más introspectiva. Sin olvidar,
la rabia subyugante del sensacional Rion Takahashi
y la flemática tranquilidad del excelso
Naoya Shimizu —volviendo a demostrar que su talento poco tiene que envidiar al de su
hermano
Hiroya Shimizu—
En resumidas cuentas, "Wakamusha" es el ejercicio metafílmico más apasionante del año, donde, a través de las perspectivas personales de su tres protagonistas, profundiza en las luchas internas por la supervivencia de la juventud ante el hermetismo tradicional nipón.
Ryutaro Ninomiya sigue la estela iniciada en
"Minori, On The Brink", donde, más allá de la crítica al sistema
patriarcal, gracias a su ritmo aletargado y la languidez desasogante del
montaje, cuestiona los valores arcaicos sobre la masculinidad. El director
no busca las respuestas de sus planteamientos, sino una reflexión sobre el
presente y sus consecuencias en un futuro cercano.
El soliloquio final de Wataru, que cierra con la naturaleza muerta de
su evocador último plano, encapsula el anhelo por la muerte como válvula de
escape para lograr la ansiada libertad de una sociedad egoísta, que oprime al
que no acepta sus postulados. Al final, la vida es una serie de encuentros
fortuitos con los que nos rodean, cuya influencia mutua determina la
construcción de nuestra identidad y un horizonte por el que seguir
viviendo.
La reiteración discursiva y estética incide en el perpetuo agotamiento
hacia el espectador medio, acostumbrado a producciones comerciales que no
demandan un actitud proactiva. Como si se tratara de una extenuante
metáfora, su dificultad refleja la realidad y el sufrimiento de la vida
misma. En última instancia, la felicidad es sólo una ilusión utópica impuesta por la clase
dominante, cuya única salida es la revolución total.
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