REVIEW: JUEGO PROHIBIDO - HIDEO NAKATA
El pasado 20 de octubre se estrenó en España "Juego prohibido".
Esta película de Hideo Nakata llega a nuestro país gracias a SELECTA VISIÓN y Hikari No Hana tuvo el placer de asistir a su preestreno.
El director de "The Ring" regresa a nuestras pantallas con una nueva obra de terror, basada en la novela de Karma Shimizu (DEISU COVER BUNKO, 2019).La cinta, internacionalmente conocida como "The Forbidden Play", cuyo título original es "Kinjirareta Asobi", llegó a los cines japoneses el pasado 8 de septiembre y se presentó en la 56ª edición del Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges, donde el realizador fue galardonado con el Premio Máquina del Tiempo.
Naoto Ihara (Daiki Shigeoka) y Miyuki (First Summer Uika) forman un matrimonio feliz hasta que ella muere trágicamente en un accidente de tráfico. Es entonces cuando el hijo de ambos, Haruto (Minato Shogaki), entierra un dedo de su madre en el jardín de casa y comienza a rezarle a diario convencido de que ella regresará a la vida.
Al mismo tiempo, la directora de vídeos en streaming Hiroko Kurasawa (Kanna Hashimoto), antigua colega de Naoto, comienza a sufrir toda clase de fenómenos paranormales.
Lo que comienza como el deseo inocente de un niño se convierte en una maldad desatada...
Hideo Nakata sigue su propia estela y la de sus coetáneos del género como Takashi Shimizu o Takashi Miike en producciones poco inspiradas y encorsetadas a los estándares mainstream.
A pesar de contadas excepciones —como "First Love" (2020) en el caso de Miike—, su total inmersión comercial lastra cualquier atisbo de originalidad. Al final es un producto más de consumo, sin importar si es un drama sobre la catástrofe de Fukushima o un live-action de cualquier índole. Nakata logra por méritos propios la imposibilidad de distinguirse ante tanta oferta, salvo por su escasa calidad artística.
Ese espectro fantasmagórico es explotado hasta la extenuación desde que su obra magna "The Ring" (1998) cambió para siempre la concepción del terror japonés. Sin embargo, se acerca más al cuestionable rigor cualitativo de su "particular" secuela "Sadako" (2018) que con la cinta original, donde el universo del streaming y sus capacidades audiovisuales tienen un papel predominante.
El cineasta no tiene suficiente con pervertir todo su incomesurable legado, sino que, debido a su incapacidad creativa, también ha tenido que recurrir a expropiar parte del imaginario creado por Takashi Shimizu en "La maldición" (2002) en torno la personificación demoníaca desde el prisma infantil.
Mas allá de su paupérrima ejecución, la trama posee ideas muy interesantes que le podrían aportar frescura a su exposición.
Noriaki Sugihara —habitual del cineasta y con un discutible bagaje profesional— adapta al cine de su antecedente literario su interés por la trasmisión de la fuerza espectral en la herencia consanguínea ligada a la maternidad en referencia al férreo vínculo con su descendencia. No obstante, sus posibles facultades se reducen a una amalgama sin gracia, donde confluyen desde la comedia de enredos hasta el romance más infantiloide.
El escaso desarrollo de todas las líneas argumentales que propone el relato inciden en su perpetua desconexión narrativa con sus motivaciones. El práctico desconocimiento de su contexto y su estéril casuística afianza su inverosimilitud. Por no hablar del controvertido uso del papel de la mujer como elemento de culpa sobre la infidelidad marital, el abuso y como condicionante de la posesión infernal.
Su única salvación reside en alejarse de su esencia terrorífica y no tomarse demasiado en serio lo que pretende ofrecer. Su auténtico disfrute se encuentra en sus involuntarios elementos cómicos, como es el caso de la singular dupla de exorcistas, los cuales parecen sacados de un capítulo de "JoJo's Bizarre Adventure".
La visión manierista del director, junto a los factores impositivos del mundo idol, contamina por completo el apartado técnico e interpretativo.
La elección actoral es la prueba palpable del dominio autárquico ligado a su financiación por parte de las agencias idol. Daiki Shigeoka fue escogido por razones extrafílmicas y su deficiente papel es testigo de ello. Su sobreactuación poco tiene que envidiar a la de Kanna Hashimoto. No obstante, el único atisbo de esperanza radica en la inocencia del infante Minato Shogaki y en el breve aporte de Yuki Kura, cuyo talento le aporta algo de naturalidad a este descalabro.
Un hecho inconcebible es el imperfecto trabajo fotográfico de Takahiro Imai, un cinematógrafo que nos ha regalado verdaderas obras de arte como "Town Without Sea" (2020), "El ratón acorralado que soñaba con queso" (2021) o "It's My Fault" (2022).
Si nada de lo anteriormente descrito contribuye a la construcción de una atmósfera aterradora, su vulgar diseño de producción y su nula dirección artística cimienta la pesada losa hacia su irrisorio patetismo.
En resumidas cuentas, "Juego prohibido" ejemplariza la pérdida total de la esencia de la carrera de Hideo Nakata como paradigma fundacional de la escena del J-Horror.
Una muestra más de cómo la nostalgia y la santificación de personalidades como si fueran leyendas perpetuas perjudica a la aparición y el asentamiento de nuevas promesas del género, más cuando hace lustros que no han vuelto a demostrar la grandeza que forjó el mito.
Los grandes estudios cinematográficos, en este caso TOEI, vuelve a demostrar su incapacidad de trasladar a los nuevos tiempos una nueva concepción del miedo con la única motivación de llegar a altas cotas monetarias en la taquilla, recurriendo como reclamo a idols con capacidades muy limitadas, cuyo único aliciente es su cara bonita.
Próximamente llegará a España "Immersion" —también gracias a SELECTA VISIÓN—, la nueva producción de terror de TOEI de otro referente del género, Takashi Shimizu. Sólo esperamos que tenga más suerte con ella y esté realizada con más acierto que la de su compatriota.
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