[SAN SEBASTIÁN 2017] REVIEW: LE LION EST MORT CE SOIR - NOBUHIRO SUWA
Nobuhiro Suwa en 1997 llamó la atención del mundo cinematográfico con la cautivadora "M/Other", ganadora del premio Fipresci en Cannes, así como mejor guión en Manichi, y varios galardones en Jeonju o Hochi. Desde entonces, nos ha regalado varias cintas con una sensibilidad excepcional como "Un couple parfait", mejor director y mención especial en Locarno, o "Yuki et Nina", nominada en Cannes. En esta ocasión el cineasta presentó en la sección oficial de San Sebastián su último trabajo, titulado "Le lion est mort ce soir", después de casi 8 años de silencio. El film llegó a las salas japoneas el 20 de enero gracias a Bitters End.
La trama se sitúa en torno a un actor veterano atrapado por el pasado, el cual se dispone a vivir en secreto en una casa abandonada en algún lugar de Francia, donde hace tiempo vivió Juliette, el gran amor de su vida. Un grupo de amigos descubre la misma casa, considerándola la localización perfecta para rodar su siguiente película de terror. Ahí es donde terminarán encontrándose y compartirán una experiencia única.
El cineasta japonés se despoja de su particular estilo fílmico que ha marcado su carrera desde "M/Other" y siguiendo la estela formal y temática de su último largometraje, la preciosista "Yuki & Nina", que dirigió junto al francés Hippolyte Girandot; cargado de positivismo, alegría y optimismo contra los devenires de la vida. La muerte es el tema predominante del film, pero, como nos comentó Suwa durante la rueda de prensa, en realidad se trata de una exaltación de la vida y el regalo que se nos ha dado. La muerte no es el final, sino el comienzo de algo mucho más hermoso. El protagonista no sabe cómo interpretar su propio deceso, ve el fantasma de su querida fallecida e incluso uno de los niños ha perdido recientemente a su padre. Diferentes formas de cómo afrontar el duelo mediante el simbolismo de la alabanza vital del alma. La muerte es un vehículo místico con cierto caracter poético sobre el futuro: la trasmisión de la sabiduría de nuestros mayores a las nuevas generaciones.
Todo este compendio emocional y temático se sustenta en el uso inteligente y excepcional de la dirección artística, y, en especial, de la maravillosa fotografía de Tom Harari. Alterna con un vigor indescriptible planos fijos y abruptos interiores con bellos encuadres panorámicos llenos de vitalidad, cromatismo y luminosidad. Cada uno de los diferentes elementos cinematográficos consigue romper el infranqueable muro entre la realidad y la fantasía.
Ante todo es un homenaje al cine, donde el relato está inmerso en el metalenguaje filmico; el cine dentro del cine. La introducción de un elemento exógeno como una cámara dota al discurso de multitud de puntos de vista. Se profesa el verdadero amor de Suwa a la Nouvelle Vague francesa, en el que ha contado con el actor fetiche de Truffaut, Jean Pierre Leaud, cuyo trabajo en cintas de la talla de "La noche americana" o "Los 400 golpes" alcanzaron las altas cotas de la corriente francesa. Leaud está excelso en el papel de un actor semi retirado, donde se aprecia cierto carácter autobiográfico. Mención especial a la dulzura de Pauline Etienne, y en especial, el pequeño grupo de niños, los cuales nos robaron el corazón con su infantil visión sobre el cine, sobre todo, el joven Jules Langlade.
La música tiene vital importancia en la narración, en el que, por ejemplo, el título de la película recoge el nombre de la popular canción "Le Lion est Mort ce Soir" del grupo Pow woW, que más tarde popularizaría Disney en el clásico "El rey león". En el relato convergen las clásicas corrientes musicales al modo de "Las cuatro estaciones" de Vivaldi y la sutil banda sonora a piano del artista francés Olivier Marguerit.
En definitiva, Suwa ha tardado casi 8 años en presentarnos su nueva película, pero la espera ha valido la pena. Nos ha regalado su propuesta más íntima y creativa, en la que se despoja por completo de las características habituales de su filmografía. Una lección de cómo hacer cine que emana simbolismo sobre la muerte, la amistad y el relevo generacional; lleno de vitalidad, sensibilidad y amor al séptimo arte. Nos encontramos ante uno de los mejores trabajos del director y uno de los hallazgos más interesante de la esfera asiática de los últimos años.
El cineasta japonés se despoja de su particular estilo fílmico que ha marcado su carrera desde "M/Other" y siguiendo la estela formal y temática de su último largometraje, la preciosista "Yuki & Nina", que dirigió junto al francés Hippolyte Girandot; cargado de positivismo, alegría y optimismo contra los devenires de la vida. La muerte es el tema predominante del film, pero, como nos comentó Suwa durante la rueda de prensa, en realidad se trata de una exaltación de la vida y el regalo que se nos ha dado. La muerte no es el final, sino el comienzo de algo mucho más hermoso. El protagonista no sabe cómo interpretar su propio deceso, ve el fantasma de su querida fallecida e incluso uno de los niños ha perdido recientemente a su padre. Diferentes formas de cómo afrontar el duelo mediante el simbolismo de la alabanza vital del alma. La muerte es un vehículo místico con cierto caracter poético sobre el futuro: la trasmisión de la sabiduría de nuestros mayores a las nuevas generaciones.
Todo este compendio emocional y temático se sustenta en el uso inteligente y excepcional de la dirección artística, y, en especial, de la maravillosa fotografía de Tom Harari. Alterna con un vigor indescriptible planos fijos y abruptos interiores con bellos encuadres panorámicos llenos de vitalidad, cromatismo y luminosidad. Cada uno de los diferentes elementos cinematográficos consigue romper el infranqueable muro entre la realidad y la fantasía.
Ante todo es un homenaje al cine, donde el relato está inmerso en el metalenguaje filmico; el cine dentro del cine. La introducción de un elemento exógeno como una cámara dota al discurso de multitud de puntos de vista. Se profesa el verdadero amor de Suwa a la Nouvelle Vague francesa, en el que ha contado con el actor fetiche de Truffaut, Jean Pierre Leaud, cuyo trabajo en cintas de la talla de "La noche americana" o "Los 400 golpes" alcanzaron las altas cotas de la corriente francesa. Leaud está excelso en el papel de un actor semi retirado, donde se aprecia cierto carácter autobiográfico. Mención especial a la dulzura de Pauline Etienne, y en especial, el pequeño grupo de niños, los cuales nos robaron el corazón con su infantil visión sobre el cine, sobre todo, el joven Jules Langlade.
La música tiene vital importancia en la narración, en el que, por ejemplo, el título de la película recoge el nombre de la popular canción "Le Lion est Mort ce Soir" del grupo Pow woW, que más tarde popularizaría Disney en el clásico "El rey león". En el relato convergen las clásicas corrientes musicales al modo de "Las cuatro estaciones" de Vivaldi y la sutil banda sonora a piano del artista francés Olivier Marguerit.
En definitiva, Suwa ha tardado casi 8 años en presentarnos su nueva película, pero la espera ha valido la pena. Nos ha regalado su propuesta más íntima y creativa, en la que se despoja por completo de las características habituales de su filmografía. Una lección de cómo hacer cine que emana simbolismo sobre la muerte, la amistad y el relevo generacional; lleno de vitalidad, sensibilidad y amor al séptimo arte. Nos encontramos ante uno de los mejores trabajos del director y uno de los hallazgos más interesante de la esfera asiática de los últimos años.
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